Temor de Dios

  

En el área rural de Maine, donde vivo, en varias ocasiones contemplamos la corona boreal, a lo largo del año. La última vez que contemplé tal espectáculo, mientras me acurrucaba en la cama, pude ver cómo se expandía por el horizonte una cortina de un verde pálido. Después me quedé dormido con esa imagen en mente. Cuando volví a abrir mis ojos, pasaba ya de la medianoche, y aquel espectáculo aun estaba brillando, pero ahora era más intenso, vislumbrante, e impresionante. Lo contemplé a lo largo de una hora, antes de volver a mis sueños.

El mundo está lleno de problemas. Bajo el peso de la vida diaria, nos podemos sentir sobrecogidos por nuestra propia debilidad y confusión. Hay muchas situaciones en las que la respuesta apropiada no es simple o aparente. La tentación de la desesperanza, el anhelo de no vivir bajo el falso temor, siempre está presente. La vida puede ser intimidante en sí misma.

Uno de los mejores antídotos para tal miedo, es un temor verdadero, santo, propiamente reconocido. El temor verdadero es una chispa que habita en nuestro corazón y que nos hace resonar con alegría, buscar honestamente y nos permite esperar el tiempo necesario para ser concientes de que hay algo más allá de nosotros mismos.

El dormir bajo aquella gloriosa aurora fue para mí un símbolo de esta virtud: confiar en que Dios será Dios; vivo y resplandeciente en el amor, la fuerza, y el misterio; un Dios del que emana la compasión que circunda nuestro ser. Podemos descansar porque Dios está despierto y bellamente presente más allá de nuestros sueños más extraños.

Por Mary Vineyard, escritora que radica en Maine.