Reza por mí y yo lo haré por ti

  

Algunas veces, mientras mi papá más experimentaba la cercanía de la muerte, se sentía más inútil. Ocasionalmente sentía que era una carga para quienes cuidaban de él. Un amigo muy inteligente le dijo: “Patricio, estás haciendo mucho bien a bastante gente que ni siquiera conoces. Nos tienes a todos rezando”.

Era cierto. A dondequiera que iba, la gente que sabía que mi padre estaba agonizando me decía: “he estado orando por él”. Algunas de estas personas no eran muy conocidas por su vida de oración, pero dado que querían y cuidaban a mis padres, descubrieron que eran capaces de dirigir su mente y corazón a Dios.

Desde entonces comencé a poner más atención a mi propio ofrecimiento de la oración. Antes pensaba que la oración era un sustituto pobre de una ayuda “verdadera”. Ahora, desde dicha experiencia, sé que las oraciones de los demás son bien recibidas. Son una fuente de consuelo, fuerza y gracia en los momentos difíciles. Nos ayudan a sentirnos vinculados cuando más solos nos sentimos.

Ahora, durante la Misa, escucho atentamente los nombres de las personas por quienes se nos pide que oremos. Mantengo una pequeña lista que ayude a mi débil memoria. Cuando me comprometo a orar por alguien, escribo sus iniciales en mi lista y susurro sus nombres en mi oración, mientras tomo el tren y me dirijo a mi trabajo. No solamente rezo por las personas de mi lista, sino también en acción de gracias por quienes me ofrecieron una oportunidad de liberar mi mente de las preocupaciones del día, concediéndome así una buena oportunidad para orar.