Tan débil para amar a Dios: La soprendente humanidad de San Pedro

  

San Pedro a quien Jesús le pidió “alimenta mis ovejas”, para ser el pastor de la naciente comunidad cristiana, era un ser humano lleno de defectos. (Incluso el sobre nombre que Jesús le dio –Céfas significa roca, afirma de algún modo lo intrincado de su carácter). Desde el principio Pedro sabía con una agudeza sorprende lo débil y pecador que era. Al inicio del Evangelio de Lucas, cuando Jesús se encuentra por primera vez con Pedro y realiza un milagro en frente de él, Pedro se cubre de vergüenza y dice: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”.

No se trataba de falsa humildad. Se trata de las palabras de quien, delante del misterio divino, reconoce con entendimiento profundo su propio pecado y sus limitaciones personales. Es también una respuesta natural ante la trascendencia. Esta conciencia es fundamental para el desarrollo de la vida cristiana: la humildad marca el inicio de la verdadera relación con Dios. Esta es la razón por la que San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas, pide al inicio de los Ejercicios Espirituales que la persona rece por “un conocimiento interior de mis pecados… y de mis acciones desordenadas”.

Quien quiera que lea algunos pasajes del Evangelio se encontrará con quien podríamos llamar “el Pedro histórico”. Testarudo, dudoso, confundido, impulsivo, en una palabra: humano. El lector también descubrirá que Jesús ama a Pedro y lo ama con totalidad. Jesús le ofrece constantemente su perdón, a pesar incluso de su cobardía durante la crucifixión, y constantemente pone su confianza en él. (Los expertos en Sagrada Escritura dicen que cuando, a la orilla del lago, Jesús le pregunta tres veces si lo ama, es para arrancarle tres afirmaciones que compensen la triple negación antes de la crucifixión).

Pedro se cuenta entre los grandes santos precisamente por su humanidad, sus defectos, sus dudas, y sobre todo, su profundo entendimiento de estas cosas. Sólo alguien como Pedro, que entendía que era un pecador y al mismo tiempo el amor redentor de Cristo, podría guiar a la Iglesia naciente y llevar a los demás a Jesús.

Sólo alguien tan débil como Pedro era capaz de hacer lo que hizo.



Tomado de: Mi vida con los santos por James Martin, SJ