Santa Juana de Arco, 1412-1431

  

La Iglesia recuerda oficialmente a Santa Juana de Arco no como mártir sino como virgen: La doncella de Orleans. Por supuesto que Juana fue mártir, pero técnicamente no lo fue porque aunque murió por hacer lo que ella sabía que Dios quería que hiciera, no la mataron a causa de su fe sino a causa de sus ideas políticas. Los paganos no la ejecutaron por no rendirle culto a sus dioses. Los infieles no la asesinaron por desafiarlos. Sus enemigos políticos la quemaron en la hoguera por derrotarlos en la guerra.

Paradójicamente, el pueblo cristiano, bueno y malo al mismo tiempo, se alegró con su desaparición. Otros cristianos lloraban. Esta incongruencia nos puede molestar, pero Juana ya se la esperaba. La guerra en la que participó enfrentó a los cristianos franceses contra los cristianos ingleses. Seguramente también nosotros hemos hecho lo mismo enfrentándonos cristianos contra cristianos y al igual que sentimos que Dios estaba de nuestro lado, Juana creía que Dios estaba con los franceses. Cuando los jueces que la condenaron le preguntaron si las voces celestiales que oía hablaban en inglés, respondió: "¿por qué hablarían en inglés si no están a favor de los ingleses?”.

Juana de Arco nació en los tiempos más violentos del siglo XV. Durante su infancia, Enrique V de Inglaterra invadió Francia apropiándose de Normandía. Además reclamó para sí el trono de Francia pues el rey francés, Carlos VI, estaba mentalmente enfermo. Francia a su vez estaba paralizada por la guerra civil entre el duque de Borgoña y el duque de Orleans, los franceses no pudieron organizarse para defenderse. Las cosas empeoraron cuando agentes del duque de Orleans asesinaron al duque de Borgoña. Los borgoñeses reaccionaron aliándose con Inglaterra.

Los mercenarios de Borgoña llevaron la guerra a la casa de Juana. Los invasores saquearon el pueblito de Domrémy-la-Pucelle, obligándolos a huir. La indiscriminada brutalidad de la guerra interrumpió la infancia feliz de Juana de Arco quien aprendió a convivir con el miedo.

Los dos reyes murieron en 1422, pero sus sucesores continuaron la guerra. El rey inglés, con el apoyo Borgoña, avanzó por el territorio francés tomando ciudad por ciudad. Carlos VII, el heredero al trono francés, todavía no había sido coronado. El enemigo controlaba el camino a Reims, el lugar tradicional de la coronación de los reyes de Francia. La situación era desesperada, el futuro rey desaparecía poco a poco con su corte cerca de Orleans.


En 1424, cuando Juana tenía sólo doce años se desplegó el gran milagro de su vida. Un día de verano en el jardín de su padre, escuchó una voz misteriosa, que fue acompañada por una luz brillante. “Al principio estaba muy asustada,” dijo más tarde. “Escuché la voz al mediodía. Había ayunado el día anterior. Oí la voz a mi derecha, en dirección de la Iglesia. Rara vez he oído la voz sin ver la luz. La luz siempre aparece del lado del que oigo la voz”. Ella identificó a quien le hablaba como San Miguel Arcángel. Posteriormente, habló con ella muchas veces y le fue revelando una misión absurda. "Tú has sido elegido para restaurar el Reino de Francia”, -dice la voz, “y para proteger a Carlos”. ¡Ella iba a lograr estas cosas a la cabeza del ejército! Imagínate el terror y la confusión que estos mensajes del Arcángel deben haber causado en la joven Juana.

San Miguel también le dijo que Santa Catalina y Santa Margarita se le aparecerían. Dios le envió a estos santos para que obedezca sus instrucciones. Los siguientes siete años Miguel, Catalina y Margarita visitaron a Juana varias veces al día. Juana no sólo podía verlos y oírlos sino también tocarlos y olerlos. En su juicio testificó que físicamente abrazó a los santos y que olían como campesinos.

Juana gozaba las visiones y la reconfortaban pero también le implicaban una enorme presión. El miedo a su padre, que era muy estricto, la obligó a mantener las visiones en secreto por lo que sólo confiaba en su párroco. Los mensajes la emocionaban y la preocupaban al mismo tiempo. Las revelaciones eran poco realistas. ¿Cómo podría una niña, sencilla y campesina realizar semejantes acciones?


Para mayo de 1428, los mensajes que Juana oía eran implacables y específicos. Le ordenaron que fuera a una ciudad cercana a ofrecer sus servicios a Roberto de Baudricourt, el comandante de las fuerzas reales. Ella obedeció a regañadientes. De Baudricourt, se burló de ella diciéndole que su padre debería darle unas buenas nalgadas. En ese momento, la resistencia francesa estaba muy deteriorada. Los ingleses tenían Orleans bajo asedio y el fuerte se encontraba en grave peligro. Los mensajes que Juana oía eran cada vez más insistentes. “¡Pero soy una simple muchacha! ¡No sé montar a caballo ni usar un arma! - protestó.

“¡Es una orden de Dios!”, fue todo lo que oyó por respuesta.

Incapaz de seguirse resistiendo, Juana se regresó en secreto a donde estaba de Baudricourt. Cuando llegó le contó al comandante un hecho que sólo pudo saber por revelación. Le dijo que el ejército francés — ese mismo día — había sufrido una terrible derrota cerca de Orleans. Juana dijo que la enviara inmediatamente a Orleans a cumplir a su misión. Cuando los informes oficiales confirmaron lo que Juana había dicho, de Baudricourt la tomó en serio y la envió a Carlos VII.

Carlos hizo esperar tres días a Juana antes de recibirla en la corte. Cuando Juana entró en el salón el rey estaba disfrazado y escondido entre sus cortesanos, pero Juana fue directamente a él. Las voces le habían dicho en secreto quién era el rey y cuando ella le habló directamente a Carlos, lo convenció de su autenticidad. Presionado por algunos asesores con malas intensiones, Carlos designó a un equipo de teólogos para que examinaran a Juana en Poitiers. Ellos no encontraron ningún problema en ella y le recomendaron a Carlos que la pusiera prudentemente a su servicio.

Así fue como Juana de Arco comenzó a cumplir la misión que se le había designado. La equiparon con una armadura blanca y llevaba un estandarte especial con los nombres de Jesús y María. La bandera representaba a dos ángeles arrodillados, ofreciéndole una flor de lis a Dios. El 29 de abril de 1429, Juana condujo al ejército a Orleans. Milagrosamente recobraron la ciudad. El 8 de mayo los franceses habían derrotado los fuertes ingleses y habían levantado el asedio. Una flecha traspasó la armadura en el pecho de Juana, pero la lesión no era tan grave como para ponerla fuera combate. Todo, incluyendo la herida, sucedió exactamente como Juana lo había profetizado antes de la batalla. Una muchachita campesina había derrotado al ejército de un reino poderoso, tal humillación clamaba venganza.

El camino a Reims estaba abierto por lo que Juana pidió que inmediatamente se procediera a la coronación del rey, pero los dirigentes franceses se echaron para atrás, finalmente el 17 de julio de 1429 en Reims, Carlos VII fue ungido rey de Francia. La doncella de Orleans se situó triunfalmente a su lado. Juana había cumplido su misión.

Durante las batallas de Orleans, las voces le dijeron a Juana que ya le quedaba poco tiempo. Su final vergonzoso la acechaba siniestramente desde las sombras. Poco después, durante un ataque fallido en París, una flecha le infringió una herida grave en el muslo. En mayo de 1430, después de pasar el invierno en la corte, se puso al frente de un ejército para liberar la ciudad de Compiégne, que los borgoñeses tenían bajo asedio. El intento fracasó y los borgoñeses la capturaron.


El duque de Borgoña tuvo prisionera a Juana el verano y el otoño siguientes. Al parecer los franceses fueron ingratos con ella, pues no hicieron ningún esfuerzo para rescatarla u obtener su liberación. El 21 de noviembre de 1430, los borgoñeses le vendieron a Juana a los ingleses por una buena cantidad. Los ingleses estaban ansiosos de castigar a la muchachita que los había vencido.

No podían ejecutarla por haberles ganado, pero podían imponerle la pena capital por brujería o herejía. Durante varios meses estuvo encadenada en una celda del castillo de Ruán, donde cinco guardias la ofendían constantemente. En febrero de 1431, Juana fue presentada ante un tribunal encabezado por el avaricioso y perverso Pedro Cauchon obispo de Beauvais. A Juana no se le concedió un juicio imparcial, estaba sola ante jueces arteros, a esta muchacha inculta se le obligó a llevar su propia defensa. El tribunal la interrogó seis veces en público y nueve veces en privado. Se le cuestionó detalladamente sobre sus visiones, voces, vestimenta masculina, su fe y su sumisión a la Iglesia. En general daba respuestas buenas, a veces, inesperadamente inteligentes. Juana se defendió con valentía. Sin embargo, los jueces terminaron aprovechándose de su falta de educación y la hicieron caer en algunos puntos teológicos resbaladizos. El tribunal llenó sus declaraciones con respuestas perjudiciales y la condenó injustamente declarando que sus revelaciones estaban inspiradas por demonios.

El tribunal decidió que, a menos que se retractara Juana iba a morir como hereje. Al inicio se negó. Pero más tarde, cuando la pusieron frente a la muchedumbre, parece que hizo algún tipo de retracción. Sin embargo cuando la regresaron a la prisión la engañaron para que, a pesar de haber prometido no volver a hacerlo, se vistiera de hombre otra vez.

Cauchon la visitó y al observar su modo de vestir determinó que había recaído en el error. Juana con renovadas fuerzas, negó su retracción declarando que fue Dios quien le había dado esa misión y las voces sus mensajeros. “¡Muy bien!” – dijo Cauchon a noble inglés cuando dejó el castillo. “¡Ya casi la tenemos!”. Cauchon informó de esto al tribunal el 29 de mayo de 1431, condenaron a Juana de Arco por herejía recurrente, los jueces remitieron la orden al Estado para su ejecución. A la mañana siguiente la llevaron a la plaza pública de Roen y fue quemada en la hoguera.

Como la vida de Jesús, la vida de Juana de Arco acabó en un aparente fracaso.

Veintitrés años después su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera el caso. El Papa Calixto III nombró una comisión para examinar la cuestión. En 1456, el nuevo tribunal repudió el juicio y la sentencia anterior con lo que la reputación de Juana fue completamente restaurada. Una vez más su piedad y su conducta ejemplar habían triunfado.

Se dice que sólo algunos cristianos han escuchado voces celestiales. No lo sé, pero sé que Juana fue una de esas raras excepciones. Ella obedeció a lo que consideró una orden de Dios, y contra toda probabilidad cumplió la misión que le dieron. Aunque nunca he escuchado una voz del cielo tengo la sensación de que Dios quiere algo de mí. ¿No te pasa lo mismo? Espero que el ejemplo de Juana llegue hasta nuestro tiempo para que aprendamos a escuchar y cumplir el mensaje de Dios para nosotros.


Tomado de: Mystics and Miracles by Bert Ghezzi