Honestidad consigo mismo

  

“¿A quién le das permiso de que te diga cuándo te estás pasando de la raya?”, preguntó el conferencista. Estaba hablando del cansancio espiritual y de cómo sufre quien lo vive, a menudo siendo esta persona la última en darse cuenta. “Debes de tener personas en tu vida que estén autorizadas para decirte la verdad sobre ti mismo”, dijo. Mientras decía esto, podía ver cómo algunas personas se escurrían en sus asientos. No es para menos, resulta muy difícil escuchar a las personas que nos llaman la atención. Prefiero escuchar cosas buenas sobre mi persona a escuchar incluso una pizca relacionada a mis fallas o a lo que estoy comenzando a hacer mal.

Aun así, no experimentaré mucho crecimiento espiritual cuando las personas que viven en mi derredor se unan a mi propia desilusión. Por eso me siento muy contento de que hace años me integré a un grupo muy peculiar para varones. Durante más de cuatro años me he reunido semanalmente con ellos y hablamos honestamente sobre nuestra vida y sobre nuestra fe. Hemos aprendido a confiar y a querernos mutuamente. Nos hemos dado el permiso mutuo para llamarnos la atención respecto a nuestros valores y compromisos. Mutuamente nos ofrecemos dos cosas: aceptación y desafíos.

Antes pensaba que las virtudes eran un asunto personal, una manera de ir preparando mi camino al cielo. Ahora he descubierto que necesito ayuda en este camino al cielo, y estoy muy agradecido con Dios por estos hombres que me quieren tanto, que tienen el valor de decirme cuándo me estoy apartando de ese camino.