La Eucaristía, un manantial inagotable de significados

  

En una ocasión que me detuve en un convento de clausura para orar, entablé conversación con la monjita que estaba a cargo de la librería. Me compartió algo de su vida y me dijo que las monjas se mantenían haciendo hostias. Su rostro resplandecía mientras me describía que al momento de preparar y empaquetar las hostias experimentaba una gran satisfacción. Le encantaba imaginarse a todas las personas que caminarían y extenderían sus manos para recibir la hostia que se había convertido en el Cuerpo de Cristo. La Eucaristía es un sacramento con un significado muy profundo, no hay manera de agotar todos los sentidos que contiene. No obstante, les comparto algunas ideas de lo que significa para mí la Sagrada Comunión.

Traemos nuestras hambres más profundas a la mesa del Señor. La próxima vez que participes en la celebración de la Misa observa detenidamente cómo la gente se acerca al ministro de la Sagrada Comunión. Imagina las esperanzas y oraciones, cuidados y preocupaciones que traen en su corazón. Jesús dice: “Yo soy el pan de vida”. Nuestros anhelos más profundos sólo pueden satisfacerse por medio de la Sagrada Comunión, de otra manera, dichos anhelos y esfuerzos simplemente fracasarán.

Muchos que se hacen uno. El pan se obtiene luego de cosechar los granos, molerlos, agregar agua, y ponerlos al fuego para que sean transformados por el calor. De manera semejante sucede con el vino. Éste es el resultado de la pizca de la uva, procesamiento y fermentación de la misma. Nos pasa lo mismo cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Venimos de muchos hogares diferentes y nos reunimos en un lugar que nos pertenece a todos, lugar en el que somos unificados por medio de Cristo. La celebración de la Eucaristía es un antídoto para la creciente tentación de separarnos y de vivir creyendo que no necesitamos unos de otros.

Lavándonos mutuamente los pies. En el Evangelio de Juan no aparece un relato de la Última Cena. Más bien, Juan nos presenta –luego de la cena pascual, el lavatorio de los pies. Esta acción singular tiene una profunda conexión con la Eucaristía. En ella, manifestamos que el camino hacia la felicidad y la vida eterna se construye por medio de la entrega de sí mismo.

La obra de nuestro corazón y de nuestras manos se transforma en la Eucaristía. Justo antes de que se consagre el pan y el vino, se nos invita a los fieles a que presentemos nuestra propia ofrenda. Cuando los miembros de la asamblea presentan sus propios dones, simbólicamente llevan al altar los esfuerzos que realizan durante la semana que acaba de transcurrir: el trabajo que hicimos, el amor que compartimos, el cuidado por los demás, las tentaciones que resistimos, y nuestra aceptación de la voluntad de Dios. Jesús incorpora todos estos dones a su autodonación y nos los regresa como alimento para el camino.