Presencia real

  

A lo largo de muchas generaciones los católicos hemos creído en la presencia real de Jesús bajo las especies del pan y del vino. ¿Qué significa esto?

El catecismo tradicional enseña que la hostia (o el pan) antes de la consagración, es pan, pero que después de la consagración es el Cuerpo del Señor. Es decir, que una vez que el pan ha sido consagrado, deja de ser pan, y se convierte en el Cuerpo de Cristo. Lo mismo sucede con el vino que, después de la consagración, es la Sangre del Señor. ¿Qué pasa aquí?

Primero, es la acción del Espíritu Santo la que consagra estas especies en el Cuerpo y la Sangre del Señor. No las transfigura, porque no cambian de apariencia. No las transforma, porque no cambian de forma. Sino que las transubstancia, es decir, cambian de sustancia. Seguimos viendo lo mismo, pero ya no es lo mismo. Hubo un cambio de esencia, no de manifestaciones externas.

Esto nos lo enseña la fe. Aunque vemos lo mismo, sabemos que Cristo está plenamente presente en su Cuerpo y Sangre, y por ello comulgamos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esta presencia es real y verdadera, no de la misma manera en que está presente tu amigo o tu amiga, sino que ahí está contenida la grandeza de Jesús.

El comulgar no debe ser una acción sin sentido o compromiso, sino una reafirmación de que nos comprometemos a llevar al Cristo que recibimos a las personas que tratamos. Nos convertimos en embajadores de Cristo y, al comulgar, nos comprometemos a ser lo que comulgamos.