Santa Catalina de Siena, 1347-1380

  

Celebramos a Catalina de Siena, como una figura política internacional, como heroína feminista y como doctora de la Iglesia. Cuando pensamos en ella nos viene a la mente Eleanor Roosevelt con un aura. La vemos recorriendo toda Europa, vestida con un traje de mujer típico del siglo XIV, dándoles indicaciones a los papas y a los emperadores sobre cómo llevar a cabo sus negocios.

Este retrato de Catalina contiene sólo una semilla de la verdad. Pero aún siendo sólo una semilla, Catalina trabajó arduamente para reconciliar papas y emperadores en guerra. Ella hacía la mayor parte del trabajo a través de cartas y de rodillas en la oración.

Para tener una visión más precisa de Catalina debemos imaginárnosla como una versión desaliñada, no tan respetable, de la madre Teresa. Sin embargo, Catalina no era monja, sino una dominica de la tercera orden. Es decir que seguía el ideal de la vida de los Frailes Predicadores pero siendo laica. Imagínatela como una mamá italiana, anticuada, piadosa pero fuerte, que escandalizó casi a tantas personas como a las que edificó. Trata de visualizar a esta señora chaparrita, frágil, vestida con ropa desgastada y áspera, en algunas de sus actividades diarias típicas entre las que se incluía:

  • Administrar la enorme casa de sus seguidores, que la llamaban “mamá”.
  • Vivir en la pobreza y mendigando con sus discípulos todo lo que necesitaban para vivir.
  • Ayunar severamente pero siempre cuidándose de que sus amigos estuvieran bien alimentados. Cocinaba, horneaba el pan y a veces tenía que orar para que ocurriera una multiplicación milagrosa o alguien les mandara alimentos en ese momento.
  • Rezar durante muchas horas seguidas. A veces cuando estaba en profunda oración parecía perder peso al grado de que varias personas afirmaban haberla visto flotar a unos pocos centímetros del suelo.
  • Leía el pensamiento y sabía las tentaciones de sus colaboradores, incluso a grandes distancias, veía los pecados secretos de la gente y se enfrentaba a estas personas urgiéndoles a arrepentirse. Tocaba los corazones con tanta eficacia que los Frailes Predicadores tenían que designar tres sacerdotes para manejar las confesiones de sus penitentes.
  • Intercedía arduamente por los delincuentes en las cárceles de Siena. Hubo prisioneros blasfemos que se convirtieron al Evangelio gracias a su predicación.
  • Cuidaba a los enfermos. Dios curo a través de ella a innumerables víctimas de plagas cuando oraba sobre ellos.
  • Por último asesoraba a papas y príncipes. Sin embargo no era un político internacional sino una directora espiritual y su sede no era más que un pequeño cuadrante al norte de Italia. La cuestión que más le preocupaba no era gubernamental sino eclesiástica. La pasión de Catalina era la unidad de la Iglesia.

En 1376 Catalina luchó por resolver un conflicto entre el Papa Gregorio XI y una asociación de ciudades del norte de Italia liderado por Florencia. Desde 1305, el papado había sido causa de discordia entre los franceses y los italianos. Las revueltas en Roma y el conflicto con el emperador habían obligado a los papas a retirarse a Aviñón, una ciudad al sur de Francia. Catalina comparte el deseo popular italiano de que el papa regrese a Roma. Gregorio XI estaba dispuesto a hacerlo, pero sus poderosos consejeros franceses se resistían.

Catalina lo promovió con cartas a todas las partes y se ofreció a mediar directamente. Le escribió personalmente al Papa Gregorio XI seis veces, exhortándolo a volver a Roma. El Papa dijo que Catalina se había dirigido a él con un "intolerable tono dictatorial medio disfrazado con expresiones de deferencia cristiana perfecta”. Alentada por los florentinos Catalina se fue a Aviñón con una misión pacificadora.

Al parecer, el Papa había hecho un voto secreto de volver a Roma, y este voto le fue revelado a Catalina. Cuando se reunió con el Papa en Aviñón, ella no dudó en utilizar esa información inspirada para presionarle. "Mantenga la promesa que ha realizado", - le dijo, para su gran sorpresa. No mucho después de este encuentro, Gregorio XI regresó el papado a Roma. Los esfuerzos de Catalina para reconciliar al Papa y a las ciudades italianas finalmente dieron fruto durante el reinado de Urbano VI, sucesor de Gregorio.


Por encima de todo le consume una doble pasión por Dios y por el bienestar de los demás y persiguió de tal manera estas pasiones que ocurrieron milagros.

En una ocasión Catalina oró por dos presos condenados a muerte, que luego fueron profundamente tocados por Dios. Esto fue lo que sucedió: los magistrados de Siena habían condenado a dos criminales empedernidos a una brutal muerte pública. Fueron recorriendo la ciudad en un carro mientras los verdugos les desgarraban la carne con pinzas candentes. Los condenados no mostraban el menor rastro de remordimiento por sus crímenes y todo el tiempo proferían maldiciones y blasfemias contra las personas que salieron a verlos a las calles. Se habían rehusado a hablar con los sacerdotes que se les ofrecieron para prepararlos a una buena muerte.

Providencialmente para los presos, Catalina pasó por ahí ese día porque iba de camino a la casa de una amiga. “Mamá, mira este espectáculo horrible”, le dijo la mujer en medio del tumulto del desfile. Mientras tanto Catalina se puso en la ventana a observar la terrible escena y se llenó de compasión. Con su ojo de la mente vio a una muchedumbre de demonios listos para castigar todavía peor a los condenados en cuanto llegaran al infierno.

Inmediatamente comenzó a orar por los dos desdichados: “Señor mío misericordioso”, dijo con su característica franqueza, “¿por qué muestras tal desprecio por tus propias criaturas? ¿Por qué les dejas sufrir tales torturas ahora y luego les espera otra tortura peor con estos espíritus infernales?” Catalina nunca se andaba por las ramas incluso en sus conversaciones con Dios.

Para asombro de todos, ambos criminales de repente dejaron de decir maldiciones y pidieron a gritos un sacerdote. Lloraban amargamente y confesaron sus pecados. Dijeron que Cristo crucificado se les había aparecido instándolos al arrepentimiento y ofreciéndoles el perdón. Dijeron a la multitud que esperaban estar pronto con Cristo en el cielo, y se sometieron pacíficamente a su ejecución. Esta milagrosa conversión trajo una ola de bondad a toda la ciudad, y los amigos cercanos de Catalina sabían que ella había intervenido de alguna manera. Durante muchos días después de las conversiones se le escuchó decir, “Gracias, Señor por salvarlos de una segunda prisión”.


San Raymundo de Capua, director espiritual y biógrafo de Catalina, le ayudó en otra conversión notable. Había un célebre sinvergüenza llamado Nanni di Ser Vanni especializado en organizar revueltas en feudos privados. Sus complots frecuentemente terminaban en estallidos violentos y una vez uno de sus desórdenes resultó en un asesinato. Nadie podía culpar a Nanni, pero toda la ciudad sospechaba de él. Raymundo dijo que Nanni era tan escurridizo que si pudiera engañaría al mismo Dios.

Catalina buscaba una oportunidad para ayudar a Nanni a cambiar su manera de ser, pero él la evitaba a toda costa. En palabras de Raymundo: “igual que la serpiente evita al encantador". Sin embargo, uno de sus discípulos, convenció a Nanni de visitarla y de escuchar lo que tenía que decirle. Nanni pensaba en ir a verla, escucharla y regresar a sus negocios sin más. Pero no tenía idea para qué lo quería.

Raymundo estaba presente cuando Nanni conoció a Catalina. Ella le saludó cortésmente, le pidió que se sentara y le preguntó a qué había venido. “Vine”, dijo él, “porque se lo prometí a un amigo muto. Él me pidió que le contara la verdad acerca de mis asuntos, y lo haré, pero ni se imagine que me puede detener”.

A continuación, Nanni admitió cándidamente que estaba detrás de varias pandillas de asesinos asentadas en Siena. Con su típica mezcla de dulzura y claridad, Catalina le advirtió que su alma estaba en peligro mortal, pero Nanni se negó rotundamente a cambiar su comportamiento.

Cuando Catalina se dio cuenta de que él no la escuchaba, empezó a orar en silencio y entró en éxtasis. Raymundo la cubrió y continuó conversando con Nanni. Poco después, Nanni comenzó a hablar de sus maquinaciones y le describió con lujo de detalle una revuelta que estaba organizando y expresó su disposición de dejar que Raymundo sofocara esa revuelta.

Entonces ocurrió una cosa extraordinaria. Nanni hizo como que se iba, pero el remordimiento lo estaba abrumando y dijo: “¡Dios mío qué felicidad siento en el alma de haberme propuesto hacer la paz!” “Dios mío ¿de dónde viene este poder que me obliga? No puedo irme y no puedo decir que no”. Después de eso, prometió hacer todo lo que Catalina le dijera para reparar sus errores.

Catalina despertó y le dijo: “he hablado con usted y no me escucha, he hablado con Dios y él ganó su atención”. A continuación, suavemente animó a Nanni a hacer las paces con Dios, él aceptó inmediatamente. Las siguientes semanas, ella le ayudó a reconciliarse con todos sus enemigos y a partir de ese momento Nanni vivió una vida honesta. El criminal había experimentado una completa transformación personal. Más tarde para expresar su gratitud, le cedió a Catalina un castillo cerca de Siena, que ella lo convirtió en un convento.


Cuando una plaga cayó sobre Siena, Catalina y sus amigos atendieron valientemente a los enfermos. Un día Mateo contrajo la enfermedad, él director del hospital de la ciudad y amigo cercano de Catalina. Cuando Catalina recibió la noticia se apresuró a visitarle. Estaba tan enojada e indignada con esto de la peste que desde antes de llegar a la cama del enfermo comenzó a gritarle de lejos: "¡levántate, Mateo este no es tiempo de estar tirado en la cama!". Al dar esta orden, la fiebre, la inflamación y el dolor de Mateo desaparecieron.

Catalina se alejó en ese momento para evitar llamar la atención sobre lo sucedido. Entonces Raymundo — sin saber del milagro, se acercó y le rogó que rezara por la recuperación de Mateo.

“¿Qué?”, exclamó Catalina, fingiéndose ofendida. “¿Cree que soy Dios y que puedo librar a alguien de la muerte?”.
“¡No me digas eso!” dijo Raymundo. “Sé que Jesús hace todo lo que le pides”. Catalina sonrió diciéndole. “Anímate,” - dijo, “por hoy no se muere”.

Al poco rato, Raymundo comió y celebró con Mateo quien sólo unas horas antes no podía abrir la boca.


Un día en el barrio de Catalina un balcón se derrumbó dejando una mujer mal herida en el piso. La víctima era vecina y amiga de Catalina. Los escombros que le cayeron encima le habían causado tantas heridas y huesos rotos que la mujer que no podía moverse. Catalina visitó a su amiga lesionada y le ayudó a confortarse. Tratando de calmarla tocó a la mujer y el dolor inmediatamente desapareció de ese lugar. La mujer entonces le pidió a Catalina que la tocara en otro lugar que le dolía. Allí, también desapareció el dolor. Continuaron haciendo lo mismo — la mujer le decía a Catalina dónde le dolía para que la tocara y así siguieron hasta que todo el dolor se fue. En poco tiempo la mujer se había recuperado completamente. “Catalina me ha curado tocándome”, - le dijo la mujer a todo el mundo.

Una vez, en una visita a Pisa, Catalina estaba seriamente débil. Raymundo de Capua y otros amigos buscaron un remedio para fortalecerla. Se decía que la vernaccia era un vino con propiedades curativas y que traía alivio cuando se la aplicaba en la sien y las muñecas de la persona enferma. Unos amigos de Catalina le pidieron a un vecino que siempre tenia vernaccia que les diera una jarrita. “Con mucho gusto se lo daría pero el barril lleva tres meses vacío”. Para enfatizarlo le dio vuelta a la llave, pero comenzó a salir el vino disparado a la velocidad de un cañón. Así los amigos de Catalina obtuvieron milagrosamente medicina para curarla.

A Catalina le dio mucha vergüenza que se esparciera la noticia del milagro por toda Pisa. Pronto estuvo de pie y las personas la saludaban emocionadas y alguien le dijo en broma: “¡Pues muy bien, usted no toma vino, pero puede llenar una barrica!”. Todo este bullicio había disgustado a Catalina y se dirigió a Dios con la familiaridad irreverente que la caracterizaba: “Señor, ¿por qué quieres darme el dolor de esta burla? Además, ¿quién te pidió el vino? Durante mucho tiempo me he privado del vino y ahora el vino me está haciendo una broma. ¡Por tu infinita misericordia, ten piedad de mí! Haz algo para que se acaben estas habladurías”.

El vino se convirtió en vinagre y ya no podía tomarse. El propietario del barril del milagro y los que vinieron a degustar el vino dejaron de hablar al respecto y Catalina quedó encantada.


En 1378, la cristiandad fue desgarrada por el gran Cisma de Occidente. Dos hombres que afirman ser el verdadero Papa, uno en Aviñón y el otro en Roma. Catalina pasó mucho tiempo en oración y apoyando a Urbano VI, quien la llamó a Roma para que lo aconsejara. Sus intensos esfuerzos por la causa pesaron fuertemente sobre su salud. En 1380, Catalina tuvo una visión en la que la Iglesia, representada como un gran barco, acababa con ella. Como respuesta a esta visión se dedicó a orar y a ofrecer su sufrimiento por la Iglesia. Unos meses más tarde, en abril, murió de una parálisis.

Catalina de Siena capturó mi atención desde que la conocí superficialmente como una embajadora que mediaba asuntos de la Iglesia y del Estado. La admiro más ahora que me he familiarizado con ella. Era medio gruñona pero dulce, como varias de mis tías italianas. La bienaventuranza dice, "Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Ese texto resume perfectamente vida de Catalina.


Tomado de: Mystics and Miracles by Bert Ghezzi