Historias de familia: mejor lección

Historias de familia del Don de Dios: ¿Cuál fue la mejor lección que recibió al crecer acerca de distinguir entre el bien y el mal?

Mi hermano y yo fuimos a una tienda de descuentos. En el mostrador de juguetes había coches miniatura. Cedimos a la tentación y nos las arreglamos para introducir uno o dos en nuestros bolsillos y salir de la tienda. El gerente nos detuvo y nos llevó de nuevo al interior de la tienda. Estábamos asustados y arrepentidos; el gerente nos vigiló mientras devolvíamos los juguetes a su lugar en el mostrador. Entonces aprendimos sobre el pecado y el perdón. El gerente nos aseguró que podíamos regresar a la tienda si habíamos aprendido la lección. A los 84 años de edad, aún valoro esa experiencia.
—J. C., Hightstown, NJ

Cuando yo tenía alrededor de cinco años, mi madre y yo estábamos en la tienda. Vi a otro chico tomar goma de mascar y ponerla en su bolsillo. Bueno, pues si él podía hacerlo, ¿por qué yo no? “Más o menos” sabía que no era correcto, pero él lo hizo, ¿verdad? Así que cuidadosamente tomé la goma de mascar y la puse en mi bolsillo. Todavía no había sacado la mano de mi bolsillo cuando mi madre me tomó por la espalda de mi camisa. Me obligó a entregar lo que había puesto en mi bolsillo. El temor a la muerte en medio de la tienda me hizo introducir la mano rápidamente y sacar la goma. ¡Mi madre estaba furiosa! Me llevó hasta el empleado y le pidió que llamara al gerente. Cuando este llegó, me hizo entregar la goma. Tuve que decirle que estaba muy arrepentido de lo que había hecho, que sabía que estaba mal, y que nunca, nunca tomaría algo de su tienda sin pagar por ello. Hasta este día, no he olvidado la sensación de haber hecho algo tan malo.
—Anónimo

Siempre recuerdo un incidente como prueba de la bondad que le ocurre a quienes hacen lo correcto. Cuando yo era una adolescente, de 16, más o menos, mi padre encontró una bolsa de papel café al lado de la acera con $2,000 y ropa de bebé. Sus amigos trataron de convencerlo de compartirlo con ellos. Pero mi padre quería esperar a ver si alguien regresaba a buscar la bolsa. Cuando una mujer en lágrimas regresó a la escena, él le entregó el dinero y la ropa. Él rechazó una recompensa. Más adelante, Dios le otorgó muchas bendiciones por hacer lo correcto. Durante su carrera, él recibió muchos ascensos y aumentos y siempre parecía tener dinero extra para compartir con su familia.
—Sharon Moore, Englewood, NJ

Tuve un padre especial quien siempre me daba tiempo para hablar con él de cualquier cosa. Le mentí en una ocasión para evitar que otra persona tuviera problemas. En su lugar, yo los tuve. Si hubiera sido honesto con mi papá, él lo habría entendido. Nadie se habría metido en problemas. Mi papá me castigó. Papá sabía que yo nunca le mentiría otra vez.
—W. M. F., Blackstone, MA

La mejor lección que aprendí al crecer fue cuando mi hermano y yo tomábamos el autobús escolar por la mañana. Yo era dos años mayor que mi hermano y tenía varios amigos que tomaban el mismo autobús. Un día decidieron empezar a molestar a mi hermano por una gorra de béisbol que siempre usaba en la escuela. De repente, tenía que decidir: darle la razón a mis amigos y ser “popular”, o permanecer leal a mi hermano, quien era menor y más pequeño. Tomé partido por mi hermano y siempre he estado feliz por haber tomado esa decisión. Era lo correcto. Pronto mis “amigos” perdieron interés y dejaron de molestarlo.
—M. G., Mitchell, SD

Yo tenía una hermanastra que usaba muchas drogas. Yo era joven, y ella tenía un hijo mucho más joven que yo. Mi padrastro y mi madre tuvieron que criarlo por un par de años debido a lo mal que ella estaba. Sus compañeros nos robaron, y recuerdo lo mal que toda la familia se sentía por los errores de ella. Aprendí de sus acciones a nunca tocar las drogas y a no robar.
—B.R.H., Marceline, MO

Un día mis hermanos y yo estábamos con mi madre en la línea para pagar en la tienda . Mi hermano más joven tenía aproximadamente cuatro años. Tomó un paquete de goma de mascar y lo puso en su bolsillo sin que nadie lo viera. Más tarde, después de llegar a casa, mamá se dio cuenta que él tenía la goma. Inmediatamente dejó lo que estaba haciendo, nos subió de nuevo al coche, y manejó de vuelta a la tienda. Entró con mi hermano a la tienda y pidió hablar con el gerente. Mamá hizo que mi hermano le dijera al gerente que había robado el paquete de goma y que estaba arrepentido. Le pidió perdón al gerente por el mal que había hecho. Tuvo que pagarle al gerente la goma que había tomado. El gerente no quería aceptar el dinero. Le dijo a mi madre que el hecho que el niño pidiera perdón era suficiente. Mamá insistió que aceptara el dinero. Era necesario que mi hermano entendiera lo que había hecho y pagara lo que había tomado. Ese día, todos aprendimos a distinguir el bien del mal.
—Sharon, Alexandria, LA

Aprendí a no juzgar a las personas por su apariencia y por su familia. Yo sentía que era juzgado a causa de mi familia y por la manera que nos vestíamos. Yo sentía que no era justo. Aprendí que la vida y las personas no siempre son como aparentan en el exterior. Nunca sabemos lo que la vida le brinda a otras personas hasta que caminamos un poco en sus zapatos.
—I. L. C., Olivet, MI

Aprendí a hacerme dos preguntas: ¿Estarían tus padres orgullosos de lo que estás haciendo? ¿Querrías que alguien te hiciera lo mismo a ti? Si no podía contestar sí a ambas preguntas, estaba eligiendo lo incorrecto.
—Geri Wiltfong, Enumclaw, WA

En la escuela primaria, una compañera quería copiar respuestas de un examen. La chica insistía que no era trampa, que era ayudar a una amiga. La ayudé la primera vez. Luego le dije a mi mamá lo que había sucedido. Mamá me explicó que no está bien hacer trampa, y que si lo hacía de nuevo por alguien, yo estaría tan mal como el tramposo. Las palabras de mamá se quedaron conmigo por siempre tras eso.
—L. B., Brooklyn, NY

Mi madre es una hispana chapada a la antigua. Siempre me enseñó a distinguir el bien del mal. La verdadera lección que aprendí en la secundaria fue no confiar demasiado en mis amistades. Me alegra no haberlo hecho, porque la persona que pensé que era mi amiga fue a la tienda y la arrestaron por robar. También le encontraron mariguana. Mi mamá siempre me había dicho que tu única mejor amiga es tu madre.
—M. E. M., Las Vegas, NV

Mis padres me enseñaron a distinguir el bien del mal. Eran buenas personas que ya fallecieron. Inculcaron a nuestra familia que siempre serás atrapado en algún momento si haces algo malo. Cargarías dentro de ti la culpa, sabiendo que hiciste algo malo. Cuando era adolescente, desobedecía a mis padres. Hice algo que sabía que no querrían que hiciese. Les mentí al respecto. Después se enteraron y mi corazón me dolía por haberles mentido.
—I. R. N., Belleville, NJ

Mi lección sobre distinguir el bien del mal vino de un monje en mi pueblo natal. Un día, tomó al niño salvaje que yo era y simplemente dijo: “El Señor perdona todos los pecados si tu aceptas su amor en tu corazón”. Con eso dicho, me tomó otros 15 años más o menos entender todo el significado de esas palabras. Incluso hoy me esfuerzo por vivir según esas palabras.
—L. P., Rhode Island

La siguiente lección nunca la olvidaré. Cursaba la escuela primaria y, estando en la tienda, algo se apoderó de mí y tomé una golosina de la caja para pagar. Aún recuerdo qué tipo era. Pero no me la comí. Mi mamá se dio cuenta que la tenía mientras íbamos a casa y dio vuelta al auto y regresó a la tienda. Ya se imaginan lo que sigue: yo misma tuve que devolver la golosina al gerente de la tienda. Lección aprendida.
—Katie Callinan, Scotia, NY

La mejor lección que aprendí al crecer fue siempre escuchar a tus padres cuando te dicen que algo está mal. Estaban 100% en lo correcto. Es una pena que aprendí esa lección demasiado tarde en la vida.
—J. V., Milford, CT

Mis padres siempre nos protegieron a mi hermana y a mí de los chicos. Siempre se me dijo que si no escuchaba el consejo que mi madre me daba, sólo encontraría sufrimiento. Tuve peleas con mi mamá porque no le agradaba mi novio. Me decía que él no era bueno para mí. Él tenía otras chicas y que solo estaba jugando conmigo. Se me dijo que no saliera a solas con el tipo. Le dije a mi mamá que mis amigas estarían conmigo. Mentí y entonces mi novio me llevó sola a un parque abandonado y me violó. Desde entonces, escucho lo que mi mamá me dice. Ella sabe más, y es mi madre.
—B. M., North Plainfield, NJ

La mejor lección que aprendí al crecer fue cuando un grupo de amigos y yo nos metimos en problemas. Los padres de mis amigos se apresuraron a sacarlos bajo fianza. Mis padres me hicieron pagar las multas y no me sacaron bajo fianza. Aprendí a temprana edad que si vas a hacer algo mal, debes estar dispuesto a corregirlo tú mismo y a enfrentar las consecuencias.
—C. A. T., Kersey, PA

La mejor lección que aprendí al crecer sobre el bien y el mal sucedió cuando estaba en la preparatoria. Un amigo y yo decidimos faltar a clases esa mañana y empezamos a caminar a McDonald's. Como a la mitad del camino, mi papá detuvo su auto junto a nosotros y nos preguntó a dónde íbamos. Decidí, en contra de mi mejor juicio, decirle que ese día empezaríamos más tarde. Nos llevó a McDonald's y de vuelta a la escuela. Durante todo el día sentí aprensión por haberle mentido. Mis padres me habían enseñado que mentir era incorrecto y que sólo hería a tus seres queridos. Cuando regresé de la escuela, llamé a mi papá al trabajo y le dije la verdad. Sabía que aunque me metería en problemas, tenía que hacer lo correcto y confesar. Esto me enseñó a darme cuenta que la ganancia a corto plazo de una mentira definitivamente no vale el remordimiento a largo plazo.
—Anónimo

La memoria que permanece en mi mente es cuando mi hijo tenía cuatro años tomó una golosina de una tienda sin pagarla. Lo obligué a volver y explicar lo que había hecho y pagarla. Creo que se ha convertido en una mejor persona.
—Michele Gourley, Barnegat, NJ

Un amigo mío robó algo de una tienda y no lo cacharon. Pero eso me asustó muchísimo. Yo tendría unos seis años y eso ha permanecido conmigo por 45 años.
—Anónimo

Cuando tenía 16 años, salía con una chica mayor de mi calle. Les dije a mis padres que me pasaría la noche con ella y que iría a casa más tarde por mis cosas para la noche. Bien, pues terminé no yendo nunca a casa por mis cosas. Nos quedamos fuera toda la noche. Cuando llegué a casa como a las 8:00 a.m., mi mamá estaba en el sofá y apenas volteó a mirarme cuando entré. Le pregunté qué pasaba. Me dijo que estaba muy decepcionada de mí y que pensaba que teníamos una relación más cercana. Fue el golpe más fuerte para mí y me hizo darme cuenta que necesitaba ser honesto conmigo mismo y con mis padres. Le pedí que me gritara o me castigara. Me dijo que subiera y me sentara en mi habitación un rato y pensara sobre lo que había hecho. No podía soportar el dolor y la agonía que eso me causaba. No tenía defensa contra eso. Si me hubiera gritado o algo, pude haberle contestado. En lugar de eso, estaba ahí atrapada sintiéndome culpable. Les tomó mucho tiempo a mis padres confiar de nuevo en mí. Ahora tenemos una muy abierta, maravillosa y positiva relación.
—Anna Crankshaw, Travis AFB, CA

Cuando tenía ocho o nueve años, iba camino a la escuela cuando hice mi parada diaria en la tienda de la esquina por un bocadillo. No tenía suficiente dinero para la golosina que quería, así que la tomé cuando el empleado no miraba. Sentí la culpa presionándome todo el día, y al día siguiente de nuevo me detuve en la tienda. Esta vez, cuando el empleado no miraba, dejé 50 centavos sobre el mostrador y salí aprisa de la tienda. Nunca tomaría algo sin pagarlo el resto de mi vida.
—Anónimo

Cuando tenía ocho años, fui lo suficientemente estúpido como para lanzar una piedra a un carro en movimiento frente a nuestra casa. Afortunadamente, la ventana del auto estaba cerrada, o pude haber lastimado al agradable hombre del carro. El cristal se hizo pedazos y mis padres tuvieron que pagar los daños. Además de que me castigaron, me sentía muy mal por tener que disculparme con el dueño del carro.
—Anónimo

Cuando tenía ocho años, tomé una golosina de la tienda mientras estaba de compras con mi mamá. La puse en mi pequeño bolso, sin saber que mi madre me había visto. Cuando llegamos a casa, fui a mi habitación e iba a guardar la golosina en mi cajón. Mi mamá entró y me pilló. Me dijo: “¿Es esa la golosina que tomaste de la tienda?”. Yo me asusté y no podía creer que supiera. Me dijo que cuando no vives a la manera de Dios, serás descubierto. Me llevó de vuelta a la tienda. Tuve que pagar a la señora por la golosina y limpiar mi habitación todos los días por un mes. Nunca tomé otra cosa que no me perteneciera.
—L. D., Stratford, CN