Encontrando a Dios ahí mismo, enfrente nuestro

  

¿Alguna vez has perdido algo que valorabas? Una vez perdí el anillo de matrimonio, y nada menos que ¡durante mi luna de miel! Sucedió cuando, después de relajarnos en la playa, mi esposa y yo decidimos volver a nuestra habitación. Al quitarme la arena de mis piernas, mi anillo salió volando y se enterró en la arena que estaba frente de mi. Aunque los dos lo vimos caer ahí mismo, en la arena enfrente de nosotros, no pudimos encontrarlo a pesar de nuestro gran esfuerzo. Finalmente, el personal del hotel llegó con un detector de metales y, después de varios intentos, encontraron el anillo ahí donde habíamos estado buscando desde un principio. Simplemente no lo podíamos ver por toda la arena que había.

El tratar de encontrar mi anillo en la arena puede ser comparado con tratar de encontrar a Dios en nuestras vidas. El anillo estaba ahí, pero había mucha arena de por medio. De una manera similar, hay veces cuando las cosas se pueden interponer y no permiten que encontremos a Dios enfrente de nosotros. ¿Qué es lo que no nos deja ver a Dios claramente en nuestra vida?

La Cuaresma es un tiempo perfecto para arreglar el desorden que a menudo no nos deja reconocer a Dios enfrente de nosotros. Es por eso que nos abstenemos de cosas durante la Cuaresma. Nos deshacemos de algunas cosas que hay de más, que pueden nublar nuestra habilidad de ver a Dios enfrente de nosotros. Una manera de remover esos obstáculos es pasando más tiempo en oración, para así no perder de vista a Dios.

Mi hijastro de siete años hace que me acuerde de este hermoso don. Cada día, sin importar qué tan cansados podamos estar, los dos tomamos un momento para orar antes de ir a dormir. Después de empezar su oración con el “Ángel de mi guarda”, mi hijastro menciona una lista de varios miembros de su familia, pidiéndole a Dios que bendiga a cada uno de ellos. En su Hermosa inocencia, él entiende una profunda verdad que nosotros, los adultos, olvidamos de vez en cuando: que podemos pedir por la bendición de Dios, porque él está con nosotros. Y nosotros, ¿vemos a Dios?

Empezamos la Cuaresma al ser marcados con ceniza, un símbolo profundo de que nos revestimos de Cristo y de que reconocemos que está a nuestro alrededor. San Pablo a menudo hablaba de “revestirse de Cristo”, algo a lo que estamos llamados a hacer aun en los momentos ordinarios de nuestra vida: la manera como tratamos a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros hermanos, a los necesitados, a quienes sufren a causa de la injusticia y a quienes necesitan sentir el amor compasivo de Cristo. El propósito de la Cuaresma es el ayudarnos a mantener a Jesús en primer plano, todo el tiempo. Para poder hacerlo, necesitamos deshacernos de todo aquello que no nos deja reconocer a Jesús a nuestro alrededor.

Dios no necesita ser “encontrado”. Dios nunca se ha perdido. Aun así, quizás tengamos que descubrir de nuevo a Dios al barrer las arenas del pánico, la rutina y los quehaceres que nos ocupan y distraen, es decir, todo aquello que a veces no nos deja ver a Dios ahí mismo, enfrente nuestro. Al hacer esto, nuestras vidas diarias pueden ser transformadas de ordinarias a extraordinarias.

Por Andrew J. Santos III, M.Div.