El examen de gratitud

  

Fragmento de Redescubrir el examen ignaciano por Mark Thibodeaux, SJ (Loyola Press, 2015)

San Ignacio creía que la gratitud es una de las virtudes más importantes. De hecho, creía que la ingratitud es la raíz de todo pecado. Y tiene sentido: el pecado es, en esencia, el mal uso de los dones que Dios nos ha dado. Si estamos realmente agradecidos por el don, seguro que no lo usaremos mal conscientemente.

Este Examen en particular te hace dedicar todo el tiempo a nombrar las bendiciones de tu vida y dar gracias a Dios por cada una de ellas. Cualquier momento es bueno para alabar y dar gracias a Dios, pero te recomiendo este Examen especialmente para cuando te sientas deprimido o estés pasando un mal día o siendo demasiado autocrítico.

  1. Me calmo. Respiro más despacio. Permanezco sentado en silencio un momento y procuro bajar el volumen de los pensamientos y preocupaciones que asaltan mi mente. Pido a Dios que me dé a conocer su presencia en este momento.
  2. Pido a Dios que me revele, especialmente hoy, todas las bendiciones de mi vida: las verdaderamente grandes y las pequeñas también.
  3. Me pregunto: “¿Qué es aquello por lo que estoy más agradecido hoy? ¿Qué me llena de alegría y gratitud?”. Normalmente, surgirá de inmediato una persona, un lugar, un acontecimiento o una cosa. Nombro ese don ante Dios: “Señor, te estoy muy agradecido por el don de ____”. Repito esto una y otra vez durante un momento, dejando que la gratitud penetre dentro de mí.
  4. Saboreo un rato ese don. Si lo que más agradezco es tener a mi hermana, por ejemplo, pongo su rostro encantador ante los ojos de mi mente. Veo su sonrisa; observo uno de esos gestos o expresiones suyas que siempre me hacen gracia o me animan el corazón. Y me detengo ahí sin más, lleno de amor, diciendo una y otra vez: “Gracias, Señor”. No hace falta que sea una persona, puedo estar agradecido también por un objeto o una organización. […] Sea lo que sea, saboreo este don poniéndolo ante mí en mi imaginación orante. Dejo que broten y rebosen en mi interior los buenos sentimientos, diciendo una y otra vez en mi corazón: “Gracias, Señor”.Ahora, con más ligereza, veo pasar por mi imaginación un largo y bullicioso desfile de dones y doy gracias a Dios por cada uno. Uno por uno, en orden caótico y aleatorio, flotan ante los ojos de mi mente los dones grandes y pequeños de mi vida: mi salud —“Gracias, Señor”—; mis parientes (¡incluidos los difíciles!) —“Gracias, Señor”—; mi talento para hacer reír a la gente —“Gracias, Señor”—; la cena exótica que preparé con éxito anoche —“Gracias, Señor”—.
  5. Cuando siento que es hora de concluir el Examen (quizá ha sonado la alarma de los diez minutos), me pregunto si hay alguna última cosa que desee compartir con el Señor. Si todavía no he dicho, pedido o prometido nada respecto al futuro (el día siguiente, la semana que viene, etc.), lo hago ahora. Concluyo con el Padrenuestro o la Oración de la mañana y la Señal de la Cruz.