San Francisco Xavier, 1506-1552

  

Francisco Xavier había planeado dedicarse a la vida intelectual, pero en un momento estratégico se entregó a Dios, quien tenía mucho tiempo persiguiéndolo con paciencia. Esta entrega cambió el rumbo de su vida y de la historia. Ignacio de Loyola, el líder de la nueva comunidad de jesuitas, había planeado dedicar a Francisco a la enseñanza. Pero la India necesitaba de su presencia e Ignacio lo envió a regañadientes a predicar el Evangelio allá. Así, el hombre que había planeado una vida intelectual tranquila se convirtió en un apóstol misionero quizás sólo superado por San Pablo.


En 1525, Francisco dejó Xavier, el castillo de su madre cerca de Pamplona, en Navarra, para estudiar en la Universidad de París. Ingresó en el Colegio de Santa Bárbara, donde siguió una carrera académica exitosa. A los tres años se graduó y se dedicó a dar clases de filosofía. Las circunstancias del colegio de Santa Bárbara ayudaron a que arrancara la vida espiritual de Francisco. A través de su compañero de habitación, Pedro Fabro, Francisco se hizo amigo de Ignacio de Loyola. Esta relación gradualmente revolucionó su vida. Ignacio había experimentado una conversión radical a Cristo y había dedicado su vida a ayudar a los demás a convertirse a través de sus ejercicios espirituales. Él retó a sus amigos a entregar sus vidas a Cristo, abandonar sus propios planes y seguir el plan del Señor para sus vidas. Aunque Francisco se sentía atraído por los ideales de Ignacio, no le fue fácil hacerlos suyos. Se resistió a la influencia magnética de Ignacio durante seis años, porque ponía en riesgo la vida confortable que quería como un erudito de la Iglesia.


Un día de 1533 todo se puso en crisis. La Catedral de Pamplona, en Navarra le había asignado a Francisco un ingreso seguro. Mientras reflexionaba en su sueño hecho realidad, escuchaba los planes que hacían Loyola y Pedro Fabro en la habitación de al lado. En ese momento, Francisco misteriosamente perdió toda resistencia a los planes de Ignacio. Un deseo enorme de lanzarse con Loyola a la realización de su plan cautivó el corazón de Xavier por lo que abandonó su propio plan de vida.

Una vez que Francisco tomó su decisión, el texto del Génesis 12: 1 cruzó por su mente: “Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. Este versículo le hizo sospechar la dirección imprevista que tomaría su vida.

En 1534, Francisco Xavier estaba entre los siete primeros que decidieron unirse formalmente a la comunidad de Ignacio de Loyola. Eran los primeros jesuitas, y Francisco fue ordenado sacerdote tres años más tarde. Loyola tenía planes a largo plazo para que Xavier fuera profesor, pero las circunstancias le hicieron cambiar de rumbo. Desde el inicio los jesuitas fueron muy solicitados, Ignacio tenía que hacer malabarismos para satisfacer todas las solicitudes. El Rey Juan III de Portugal le pidió seis hombres para misionar en los territorios portugueses de la India. Ignacio dijo que él podría mandar a dos: Simón Rodríguez y Nicolás de Bobadilla, quienes partirían a Goa en 1541. Sin embargo, en el último momento, Bobadilla se enfermó gravemente e Ignacio le pidió a Francisco suplir a Bobadilla. Así, por accidente, Xavier comenzó su vida como el apóstol del Oriente.


Francisco Xavier pensaba que no había nadie tan mal preparado como él para llevar el Evangelio a ultramar. Pero estaba equivocado. De camino de Lisboa a Goa, Francisco comienza a mostrar la alegría y la generosidad que lo distinguirían el resto de su vida. Con su encanto personal, hizo amistad con los marineros más duros del barco. Luego los enredó en “conversaciones apostólicas”, tratando de ganarles para Cristo.

A bordo del barco sirvió a los demás tan incansablemente que se enfermó gravemente por el agotamiento. Pero no prestó atención a las advertencias de los doctores para que se cuidara. Una vez, puso a un marinero delirante y moribundo en su propia cama y se acostó a su lado en un tablón. Más tarde se lo encontraron conversando con el hombre, que milagrosamente había vuelto en sí al acostarse en la cama de Xavier. El marinero murió esa noche, después de confesar sus pecados y recibir la comunión. “Su final feliz”, dijo un observador, “alegró enormemente al padre. De hecho, a él siempre se le veía feliz sin importar qué tan grandes fueran sus sufrimientos y sus cargas”.

Xavier llegó a la India en 1542. Durante la siguiente década trabajó desinteresadamente por plantar las semillas de la cristiandad en miles de kilómetros desde Goa a Kioto en Japón. Murió en 1552, al intentar pasar escondido a China, donde estaba prohibida la entrada a los misioneros.

Los métodos misioneros de Francisco eran primitivos. Cuando llegaba a un pueblo tocaba la campana para llamara a los niños y los desocupados. Les enseñaba el Credo de los Apóstoles, los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro y otras oraciones comunes. Usando cancioncitas que les encantaban a los niños les inculcaba la doctrina cristiana. Estas canciones, que se las aprendían otros aldeanos, servían para difundir el mensaje de Francisco. Entonces, cuando las personas expresaban su fe en el Credo, él les bautizaba. Algunos creen que Francisco Xavier tenía un don milagroso de lenguas, lo que le permitía comunicarse con fluidez con todo el mundo, pero no era el caso. Francisco batalló para aprender lenguas extranjeras y apenas era capaz de decir el Credo, los Mandamientos y algunas oraciones en Tamil y otras lenguas nativas. Tuvo que depender mucho de intérpretes improvisados y traductores, por lo que nunca estaba completamente seguro de haber comunicado con precisión su mensaje. El verdadero milagro fue que Xavier pudo extender el Evangelio tan lejos y a tanta gente sabiendo sólo un poquito de sus lenguas.


Lo que sí ocurrió con frecuencia en su ministerio por las aldeas pobres, fueron los milagros de curación. En una ocasión, mientras viaja por un territorio pagano, Francisco se enteró de que una mujer había estado en trabajo de parto durante tres días y quizá estaba cerca de la muerte. Las comadronas y hechiceros realizaron todos sus encantamientos supersticiosos. Xavier fue a la casa de la mujer pidió para que en el nombre de Cristo la mujer se curara. “Empecé con el Credo”, - le escribió a Ignacio, “mientras mi compañero lo traducía al Tamil. Por la misericordia de Dios, la mujer comenzó a creer en los artículos de la fe. Le pregunté si deseaba convertirse al cristianismo, y ella respondió que lo haría con gusto. A continuación, me puse a leer pasajes de los Evangelios en esa casa donde, yo creo, que nunca antes los habían escuchado. Luego la bauticé”. Tan pronto como Francisco bautizó a la mujer, se curó y dio a luz a un bebé sano.

La familia de la mujer estaba tan impresionada con esta intervención divina que todos le pidieron que los instruyera en la fe y que los bautizara, incluyendo al recién nacido. Las noticias se esparcieron rápidamente por el pueblo. Un representante del rajá les dio permiso a los ancianos del pueblo de permitir a Francisco predicar a Cristo. “Primero bauticé al jefe de los hombres del lugar y a sus familias”, - escribió, “y después el resto de la gente, jóvenes y viejos”.

En otra aldea, las multitudes asediaban a Francisco rogándole que orara por los enfermos de la familia. Las obligaciones de misionar y enseñar lo abrumaron, por lo que entrenó a algunos niños para que lo ayudaran en el servicio a los enfermos. Enviaba a los niños a las casas de los enfermos, les decía que reunieran a la familia y a los vecinos. Los niños estaban entrenados para proclamar el Credo y enseguida debían asegurar a los enfermos que si creían, podrían curarse. De esta forma, Xavier no sólo respondía a las peticiones de oración, sino que se las arregló para difundir la doctrina cristiana en la aldea. Gracias a la fe de los enfermos y sus familias, dijo, “Dios les ha mostrado gran misericordia, curándoles el cuerpo y el alma”. Los niños de la aldea se han convertido en pequeños instrumentos del milagro.

Su pasión por difundir el Evangelio, su obediencia simple y el humilde desprecio sí mismo hacen de este santo un ejemplo de imitación perfecta de Cristo.


Tomado de: Mystics and Miracles by Bert Ghezzi