¡Frenen sus caballos!

  

El crecimiento en la fe es un proceso lento. Todos hemos escuchado la historia cómo Pablo de Tarso fue derribado de su caballo mientras se dirigía a perseguir a los cristianos y de cómo fue que, a partir de ahí, se convirtió en un firme creyente en Jesús. El hecho de que todos hayamos escuchado la historia no significa que ésta sea verdadera. Al menos en uno de sus datos, el relato no menciona ningún caballo.

El pasaje simplemente dice: “Cuando estaba ya cerca de Damasco, de repente lo envolvió un resplandor del cielo, cayó a tierra…” (Hechos 9:3). El que lo tumben a uno de su propio caballo es una bellísima imagen porque ésta implica una caída del orgullo y una superación del deseo de hacer lo que nos venga en gana, de ahí que esa imagen que refleja lo que realmente le pasó a San Pablo. Sin embargo, lo que no ayuda mucho es mantener la idea de que la conversión siempre es algo instantáneo. El relato bíblico nos cuenta que el deslumbrado Saulo fue llevado ante Ananías, un cristiano que le enseñó acerca de Jesús, y que además de eso, “pasó algunos días con los discípulos que había en Damasco”. El relato de la conversión de cómo Saulo se convierte en Pablo nos impide darnos cuenta que su conversión fue un lento proceso interior.

Es seguro que existen personas que han tenido una experiencia de conversión al caer de su “propio caballo”. Sin embargo, la mayoría de nosotros serpenteamos mucho en nuestro camino hacia la fe. Crecer en la fe implicará una serie de pequeñas decisiones que nos llevarán a asemejarnos cada vez más a Jesús. El “caballo de fuerza” que necesitamos es la voluntad y el talento adquirido para estar atentos y escuchar la inspiración divina.